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Lo que no puedo escribir en Facebook

Son las 4:37 de la madrugada del 7 de octubre 2022, yo duermo plácidamente en una pequeña ciudad que se ahoga en sus problemas más que locales, no parece tener mayor impacto en las economías mundiales o las grandes decisiones que se tomen en parlamentos al otro lado del mundo, ni nada que no tenga que ver con ella a más de 200 km a la redonda.

Mi reloj inteligente registra mis pulsaciones, las horas de sueño, el estrés y otros signos vitales mientras no sueño nada, o quizás sí pero no recuerdo, solo imágenes negras y un descanso reparador. Mi alarma suena a las 6:50 am sincronizada con la del cuarto de al lado donde duerme mi hijo, me levanto a prepararle el desayuno y alistarlo para la escuela, mientras arreglo una u otra cosa reviso el teléfono buscando mensajes importantes o urgentes en whatsapp, reviso notificaciones de Instagram, twitter y tiktok, muy rápido porque si no, me pierdo en ellas, Facebook parece como si se hubiera cerrado la sesión e intento entrar con la advertencia que me envían que no será en español, solo un pantallazo en letras que parecen chinas, coreanas o algo de aquel lado del mundo, luego se cierra para no volver a entrar. No doy mucha importancia y sigo con mis cosas.

Llego al trabajo, abro la sesión y nuevamente en ese idioma extraño, busco en la web como cambiarlo de idioma, lo logro y reparo en que están entrando a mi cuenta, inmediatamente trato de salirme de las páginas que administro y logro hacerlo de las más importantes, pero no todas, doy aviso en mi trabajo, luego de ello mi cuenta se cierra y no vuelvo a poder entrar ni aparece para nadie más. Fin de Facebook.

Hace tiempo vi un documental coreano sobre una red de extorsionadores que ocupaban grupos de telegram para esclavizar mediante chantajes digitales, sus víctimas eran casi al azar y unos tenían que cumplir órdenes incluso sobre otras víctimas. Recordarlo me heló la sangre pues caí en cuenta la cantidad de información que en más de 11 años podían poseer solo de mi Facebook esas “personas”, súmale hasta el ritmo de mi corazón y otros biométricos que a través de un dispositivo como el celular o un reloj se guardan en algún lado, tu huella digital, tu rostro, las horas que duermes y por donde caminas, etc. Un documental que me atormentó los siguientes días pero que finalmente me sirvió para saber que tenía que hacer en los próximos minutos, horas y días.

Lo que siguió fueron horas y días de angustia, falta de sueño, mi cabeza pensando miles de posibles situaciones pasadas y futuras, ¿Qué hice mal?, ¿Por dónde se filtraron?, y ¿Qué esperar de ellos? Poco a poco fui cerrando cuentas de redes sociales, tomar decisiones y perder una historia e incluso una identidad digital, cambiar contraseñas de correos, recibir mensajes de intentos de acceso desde muchos países, logros de ingresos como a mi telegram que tuve que eliminar por no poder cerrar una sesión abierta en Helsinki, cuentas que alguna vez cree por alguna necesidad y que ni siquiera recordaba, otras más actuales que tuve que intentar recuperar y lo conseguí, otras darlas de baja pues se vinculaban a pagos como Spotify o Mercado Libre.

Creo que actué a tiempo, cambié mi número telefónico, hice lo propio con tarjetas bancarias y servicios de banca digital, se formateo computadora y se instalaron antivirus y antispyware incluso en celular.

Después de enlistar las acciones debo confesar como se sintió: mucha zozobra, mucho miedo, exponer a tu familia a “personas” desconocidas (que finalmente parecen ser bots), no entender los fines, recibir correo de intentos de acceso eran un puñetazo en el estómago que me quitaba el aire, al día de hoy seguir soñando que te suplantan la identidad, que no eres tú. Haber cambiado mi numero por uno que la compañía te da también reciclado y muy comprometido con llamadas spam y cobranza, no contesto números que no tengo registrados y perdí muchos contactos.

Estuve mal y estoy mejor. Sí, terminé en terapia psicológica y eso es muy importante, la atención especializada, saber que hay cosas que te rebasan y no puedes solo. Soy comunicólogo y perder mis medios de expresión y comunicación ha sido un duro golpe, no lo negaré, hoy no tener donde publicar una fotografía que tanto amo realizar, o hasta un meme que muchas veces lo usé no para hacer reír sino como critica, sátira, discurso revolucionario, me deja mudo, maniatado, ciego digitalmente. Pero también debo confesar que he pasado por un proceso de “desintoxicación” de las adictivas redes sociales.

Hoy estoy menos pegado a la pantalla, menos atento a mensajes que no eran importantes y tratando de estarlo más a la vida real y cercana. Mi familia ha sido clave con su paciencia y amor para apaciguar toda la ansiedad que esa desintoxicación provoca, regresaré poco a poco al mundo digital, pero sin duda muy diferente el manejo que daré de las mismas, el que hoy escriba y tú me leas, en sí mismo es terapéutico. Cuídate mucho y revisa que información le estas entregando a google y otras plataformas.

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