Manos de papel maché

Atrás quedaron palmas, falanges y dorsos rellenos de carne, tendones fuertes y elásticos, esos con los que sostuvo todo el peso de su cuerpo y columpiarse al vacío a decenas de metros de altura en las peñas cargadas cuando practicaba alpinismo, mismas manos que que se asían al piolet para ascender sobre nieve aquellas cinco veces que exploró el Popocatépetl e Iztaccihuatl.

Benditas manos artesanas que moldeaban pan desde los 13 años junto a su padre, amasando y decorando finamente bajo técnicas de principios del siglo pasado y hoy desconocidas. Las mismas manos que aprendieron el trabajo rudo en los talleres de la mina, en los túneles y luego en los compresores se dio tiempo de crear réplicas en miniatura de las góndolas o vagones que transportan el mineral.

Muchas cosas tan distintas han sentido estás manos, han golpeado, unas en defensa propia y otras por deporte, sí, porque hubo trompadas en el box y la lucha libre. Hubo manazos correctivos, pero en este contraste también hubo caricias y amor apasionado a su compañera de vida y de ternura a cada uno de sus seis hijos cuando por primera vez los tenía en brazos.

Estás manos de papel maché acariciaron y limpiaron lagrimas, escribieron con una fina caligrafía cartas, firmas en boletas escolares, recibos y hasta pagarés en los tiempos de mayor crisis. Estás manos se cortaron, machucaron, rasparon, sangraron; y son las mismas manos que sujetaban mi mano por las calles de esta ciudad para llevarme a comprar zapatos y uniforme escolar una tarde por la calle de Guerrero, y sentirme seguro, todo yo dentro de ese poderoso puño.

Nueve décadas de vida en las manos y hoy se siguen asiendo a ella como a aquel piolet…

¡¡¡Fuerza papá!!!

Manos de papel maché

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