La taza de la felicidad

Hace tanto no escribo, que las historias se agolpan en mi cabeza… Y cuál cinta cinematográfica, cuadro a cuadro me muestra imágenes de momentos únicos que he guardado para mi, pero que hoy quiero desenlatar. A este en particular en mi familia se le ha llamado

La taza del cumpleaños.

Cuando uno es niño y entiende a su manera el significado de un cumpleaños, desea con todas sus fuerzas que el tiempo corra rápidamente para el gran día, ya sea por los regalos que en una especie de ruleta rusa cabe la posibilidad de recibir lo que tanto añoras, o simplemente no. O como yo que estaba claro, no recibiría regalos materiales sino algo más que ahora ya mayor, valoro y atesoro.

Mis cumpleaños no fueron en salón de fiestas, no tenían payasos, no había mesas ni centros de mesa, ni fuente de chocolate o mesa de dulces. No me vestía de súper héroe, a veces ni siquiera estrenaba ropa o zapatos por o para ese día. ¡Que aburrido! Pensarán y se lamentarán mi suerte las nuevas generaciones, pero tranquilos nunca dejaba de ser especial.

12 de enero, no importaba si era entre semana de igual manera se festejaba, nunca fue necesario recorrerla a sábado o domingo para que llegaran los primos lejanos (de hecho, casi nunca estuvieron) fuimos seis hijos, yo el número 5, mis padres, mi tío materno que vivía con nosotros y algunos vecinos era suficiente para armar la fiesta.

No siempre esos vecinos eran mis amigos, pero hacíamos una tregua, casi un trato, yo recibía sus mañanitas a manera de alabanzas por ser “mi día” y ellos recibían pastel, dulce y jugoso pastel horneado por mi padre. Que dicho sea de paso nunca he probado pan más sabroso que el que él hornea con su experiencia de panadero desde inicios de su adolescencia, pero sobre todo con amor de padre. Con su muy cuidada caligrafía escribía nuestro nombre con chantilly.

Mi madre preparaba chocolate y gelatina D’ Gary a la que había que agregarle grenetina, sino no cuajaban. A veces también con tamales nos reuníamos a la mesa, y entonces el momento esperado por 364 días, eras tú la persona especial a la que todos miraban al centro, te escoltan los más maldosos esperando aventarte al pastel, práctica que nunca aceptaba mi padre y se quedaban con las ganas, nadie arruinaría su obra maestra (No sé si se refería al pastel o la dignidad de sus hijos).

Mis padres supieron hacernos especial nuestro día cada año, no bastaba con esos regalos llenos de amor y todo lo que puede hacer notar o destacar al festejado, sino que además en mi familia se tiene una tradición. Resulta que “la tía Nena” (que hay en casi toda familia) obsequió a mis abuelos maternos una vajilla de cristal púrpura y una taza con remates dorados simulando oro y escrita la palabra “felicidad”, haciendo juego un con plato del mismo estilo.

No se sabe exactamente la fecha del obsequio, pero para este momento se calcula una antigüedad de cerca de 70 u 80 años y parece que tampoco era nueva, sino que fue un regalo que pasó de alguna generación anterior. En mi familia tampoco se recuerda desde que año, pero no es menos de 40 en que empezó a usarse como “la taza del cumpleaños”.

Podría no haber fiesta, ni invitados, pero un desayuno con chocolate caliente y pan, nos daba el marco perfecto para ser distinguidos ese día especial. Así comenzaba nuestro cumpleaños y en verdad no había mejor manera, mis hermanas, mi hermano y mis padres cantando las mañanitas, yo con la taza del cumpleaños.

Este año cumplí 38, para fortuna y como una bendición estuve con mi familia, mis padres, hermanas, mi esposa y mi hijo. Y claro, como dicta la tradición, también pude sorber chocolate en esa taza dorada que me augura felicidad, aunque en realidad yo ya fuese feliz en ese momento.

2 pensamientos en “La taza de la felicidad

  1. Leopoldo iniesta dice:

    Buen relato Alfredo interesante paso del tiempo, todo por un taza

  2. Jorge dice:

    Buen relato q a varios puede parecernos familiar por vivirlo en carne propia, es ahi en donde uno decide q tipo de recuerdos guardar en su corazon.

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